Las semillas de la grandeza se plantaron en estado latente, sin germinar. Nos fueron concedidos unos espléndidos dones de nacimiento talentos, capacidades, privilegios, inteligencias, oportunidades que en gran medida quedarían sin descubrir de no ser por nuestra propia decisión y nuestro propio esfuerzo.
La grandeza de una persona se puede manifestar en los grandes momentos, pero se forma en los instantes cotidianos.
¿De qué sirve, joven, contar, si no es para borrar de la memoria todo lo que no sea el origen y el fin? Nada entre el origen y el fin, nada, una planicie, árida, la salina, entre él y yo, nada, la vastedad más inhóspita, entre el suicida y el sobreviviente.
Mirara hacia donde mirara, ya fuera hacia la tierra durmiente o a las vastas regiones del espacio, la magnificencia del mundo estaba más allá de la mente humana, se advertía la sublimidad de Dios y la majestad de su presencia.
La montaña oscurece y asume la púrpura magnificencia de las hojas en otoño
La contemplación de la grandiosidad de la naturaleza siempre confirió nobleza a mis pensamientos, haciendo que olvidara las preocupaciones cotidianas.
Lo mismo que el hombre, considerado aisladamente, la sociedad en conjunto puede compararse con el agua que corre. A todas horas, en todos los instantes, un cuerpo humano, una simple milmillonésima parte de la humanidad se rinde o se disuelve, mientras que por otra parte sale un niño de la inmensidad de las cosas, abre sus ojos a la luz y se convierte en ser pensante.
La inmensidad de las nubes es celebración, no fugacidad.