Y estaba ante un joven bien parecido, de aspecto sombrío y voz de bajo profundo, puños de boxeador, un espíritu inagotable y mortífero, alguien intermedio entre un héroe mítico de Alejandro Grin y un torero español.
Froto mi corazón para traerte entero hacia mí, así tal como sos, como te amo, con todas tus queridas palabras tus rabias, tus silencios inquietantes, la dulzura que descubrí como inagotable panal de miel para empalagarme y llorar de alegría contra tu sombra dormida en la almohada de la noche.
Nuestra capacidad para evitar un sueño prolongado era sorprendente, ya que rara vez sucumbíamos más de una hora o dos a esa oscuridad que ahora se había convertido en espantosa amenaza.
Repitió la lista, enumerando en voz baja todas las debilidades, los defectos, los errores y los males que lo atormentaban. Los confesó todos. En un prolongado y espléndido reconocimiento de sus faltas, se desnudó ante Dios sin ocultar nada.