Quien lucha contra nosotros, fortalece nuestros nervios y agudiza nuestra habilidad. Nuestro antagonista es nuestro ayudante.
En aquellas cosas humanas en que no cabe la demostración todo argumento permanece indeciso, quedando cada argumentante en la persuasión de que su antagonista no entiende de la cuestión o no quiere confesarse vencido