Hideyoshi guardó silencio, pero la flor atrajo su mirada. Parecía aliviado por el cambio del tema de conversación. (...) Mientras estoy aquí sentado, percibo realmente la dificultad de vivir con el cuerpo y el pensamiento actuando claramente como un solo ser confesó Hideyoshi. El campo de batalla me absorbe y me vuelve brutal. En cambio aquí me siento sereno y feliz.
Los dogmas del pasado sereno no concuerdan con el tumultuoso presente.
Hace tiempo que me he consagrado a defender los derechos de la raza negra, a la que amo en Jesucristo que es el mejor y más desinteresado amor.
Deberé decir, para los que no me conozcan, que hace tiempo me he consagrado por entero a los derechos de la raza negra a la que amo en Jesucristo, que es el mejor y más desinteresado amor.
¡Gozosa, gozosa tierra!, digna morada de los dioses y que aún ayer aparecía insana, húmeda y desolada. Este resurgimiento de la naturaleza me elevó el espíritu; el pasado se me borró de la memoria, el presente era tranquilo y el futuro me daba esperanza y promesas de alegría.
Podía verse el suave aliento húmedo, el aliento brillante y tranquilo que salía de las narinas trémulas extremadamente vivas y temblorosas de los caballos y yeguas en ciertas madrugadas frías.