El doctor se puso en pie, blanco como un cadáver, y esbozó una deplorable sonrisa de hiena; pero no intentó resistirse. Incluso, sin soltar la estilográfica, ofreció sus manos al policía para que lo esposara adecuadamente. Tenía cierta expresión canina en los ojos y mostraba, ya sin ningún disimulo, sus dientes minuciosamente afilados.
Es terrible tener la vida de otra persona atada a la propia como una bomba que sostuviéramos sin poderla soltar a menos de cometer un crimen.
No hay que dejar al juicio de cada quien el conocimiento de su deber; hay que señalárselo, no dejarlo escoger; si no, según su imbecilidad y la variedad infinita de nuestras razones y opiniones, nos forjaríamos deberes que nos llevarían a comernos unos a los otros.
Si dios existiese no habría para él más que un sólo medio de servir a la libertad humana: dejar de existir.