Su cara grisácea había dejado de impresionarla o avergonzarla. La edad era la edad, la muerte era la muerte y aunque no era guapa, seguía sintiendo el impulso de hacer lo que pudiera por parecer más agradable al mundo.
No hay placer que no tenga por límites el dolor; que con ser el día la cosa más hermosa y agradable tiene por fin la noche.