Su elegante distinción era evidente. Flotaba en el aire una densa fragancia de incienso, y el frufrú de las sedas reflejaba una riqueza ostentosa, pues era aquélla una casa donde se prefería la exhibición de lo que estaba de moda al atractivo más profundo de un discreto buen gusto.
Por muy elegante que vayas en la vida siempre acabas rodeado de cerdos y buitres, hay que tener cuidado con los piojos que te encuentras por ahí.