No existe ningún hombre que tenga el derecho de despreciar a los hombres.
Hasta la edad podría servir de motivo para presumir: un joven que se tenga por inteligente y capaz, podría despreciar a los viejos, y un viejo, por su rica experiencia, podría despreciar a los jóvenes. Todas estas cosas se convierten en cargas, en fardos, si se carece de espíritu crítico.
Aconsejar a otros, y desatender su propia seguridad, es insensato.